La anestesia emocional: cuando lo insoportable se vuelve costumbre



La anestesia emocional: cuando lo insoportable se vuelve costumbre.

Vivimos en una era de exposición constante. A diario, nuestros sentidos se enfrentan a una avalancha de imágenes: niños hambrientos, cuerpos flotando en el mar, ciudades en ruinas, animales calcinados por incendios forestales. Al principio, reaccionamos con horror. Luego, con resignación. Finalmente, con indiferencia. Como si, al repetir el impacto, se desgastara la capacidad de conmovernos.

Este fenómeno no es nuevo, pero sí ha alcanzado una intensidad sin precedentes. La escritora y crítica cultural Susan Sontag lo advirtió: “Las imágenes no pueden hacer que dejemos de mirar, pero sí pueden hacer que dejemos de sentir”. En su ensayo Ante el dolor de los demás (2003), Sontag alertaba sobre cómo el bombardeo visual de tragedias nos puede volver emocionalmente insensibles. Es decir, nos anestesia.

Costumbrismo emocional: cuando la tragedia se vuelve parte del decorado

El costumbrismo, entendido como una representación naturalizada de lo cotidiano, se convierte aquí en una trampa. Lo que debería escandalizarnos, nos parece parte del paisaje. En el informativo de las 21:00, vemos un genocidio seguido de un segmento de cocina. La disonancia es brutal, pero cada vez menos chocante.

Este adormecimiento colectivo tiene consecuencias profundas. Se debilita nuestra capacidad de indignación, base necesaria para cualquier transformación social. Como sociedad, nos volvemos observadores pasivos. Como si mirar fuera suficiente. Como si sentir ya no fuera útil.

¿Qué ocurre en nuestro cerebro?

Desde la psicología, hay varios conceptos que ayudan a entender este fenómeno:

  • Desensibilización emocional: proceso en el que, al estar expuestos repetidamente a estímulos dolorosos o perturbadores, disminuye nuestra respuesta afectiva. (Bushman y Anderson, 2009).
  • Habituación: fenómeno neurológico por el cual dejamos de responder a estímulos constantes. Lo que una vez nos impactó, con el tiempo deja de provocarnos reacción.
  • Fatiga de compasión: (Figley, 1995). La empatía sostenida sin acción lleva al agotamiento emocional y a una especie de parálisis moral.
  • Mecanismos de defensa: negación, disociación o racionalización. En un intento inconsciente de protegernos del dolor ajeno, lo minimizamos o lo reinterpretamos.

El efecto espectador global

Este fenómeno no es solo psicológico, sino también social. El efecto espectador demuestra cómo la presencia de muchas personas puede reducir la probabilidad de que alguien intervenga. Aplicado a nivel mediático, somos millones de espectadores viendo simultáneamente una tragedia… y sin embargo, pocos actuamos.

Vivimos en un estado de “hiperconexión desconectada”, como diría Byung-Chul Han. En La sociedad del cansancio (2010), explica que el exceso de estímulos y rendimiento ha saturado nuestra atención y sensibilidad. “Ya no hay tiempo para contemplar. Ni siquiera para indignarse. Solo para consumir”.

Consecuencias: más allá de la apatía

  • Normalización de discursos extremos
  • Desactivación ciudadana
  • Fractura de la conciencia crítica

Y quizás lo más preocupante: dejamos de ver a los otros como “nosotros”, y pasamos a verlos como una estadística, una imagen, una cifra más.

¿Qué podemos hacer?

  • Educación emocional y mediática: aprender a reflexionar sobre lo que vemos.
  • Selección consciente de medios: preferir contenidos que expliquen y no solo impacten.
  • Pausa reflexiva: darnos tiempo para procesar, escribir o debatir una noticia.
  • Acción local: convertir la impotencia global en acciones concretas.

Conclusión

El problema no es que nos informen, sino que lo hagan de tal forma que deje de dolernos. Nuestra capacidad de sentir y de pensar están profundamente unidas. Y cuando una se apaga, la otra también.

“No dejemos que nos acostumbren a la tragedia. Como escribió Albert Camus, la indiferencia es el peso muerto de la historia. Y la historia aún está por escribirse.”

Publicado por Notas de una Mente Curiosa 🧠

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